No, las vacunas no son un engaño: desmontamos algunos de los principales mitos que aún circulan en redes sociales

Diversas afirmaciones engañosas continúan circulando sobre distintas vacunas, pero los datos científicos las contradicen una por una.

PUNTOS CLAVE A DESTACAR
  • La eficacia de las vacunas está respaldada por datos epidemiológicos.
  • Las vacunas sí han sido evaluadas con ensayos clínicos rigurosos, incluidos placebos salinos.
  • Los componentes controvertidos como el timerosal y el SV40 no representan un riesgo comprobado para la salud.

En redes sociales y ciertos espacios de desinformación sanitaria se repiten con frecuencia afirmaciones que cuestionan la eficacia de la vacuna contra la poliomielitis y su papel en la erradicación de la enfermedad. También se ha puesto en duda la seguridad de los ensayos clínicos, la composición de las vacunas y su posible vinculación con efectos adversos graves. Este artículo analiza, una por una, estas afirmaciones a la luz de la evidencia científica disponible.

Una de las ideas más extendidas en estos círculos es que la caída de casos de polio no se debió a la introducción de la vacuna, sino a un cambio en los criterios diagnósticos. Si bien es cierto que los criterios para diagnosticar poliomielitis paralítica cambiaron en 1955, los datos epidemiológicos no apoyan esta interpretación. Según el pediatra Vincent Iannelli, los casos de polio paralítica en EE. UU. descendieron drásticamente tras la introducción de la vacuna inactivada en 1955 (de 28.985 casos en 1955 a 7.911 en 1956), y volvieron a disminuir con la vacuna oral en 1961 (988 casos). Si el cambio en los criterios fuera la única causa de esta caída, no se explicaría la disminución continuada hasta menos de 100 casos en 1965.

Otra afirmación habitual es que las vacunas no se han sometido a ensayos clínicos rigurosos con placebo salino, lo cual no se ajusta a la realidad. A lo largo de las décadas, numerosas vacunas han sido evaluadas mediante estudios controlados aleatorizados con placebo salino. Es el caso, por ejemplo, de la vacuna contra el sarampión, evaluada en un estudio de 1967 publicado en American Journal of Public Health por Miller y colaboradores, o de la vacuna antipoliomielítica, que fue objeto de un amplio ensayo de campo en 1954 dirigido por Francis, también publicado en la misma revista.

En el caso de la gripe, se han llevado a cabo estudios similares: Neuzil y colaboradores documentaron en 2001 la eficacia de vacunas inactivadas y de virus atenuado en niños, mientras que Neto y colaboradores, en 2009, analizaron la seguridad y eficacia de una o dos dosis en menores sin vacunación previa. Para el neumococo, se destacan los ensayos realizados por Dagan en 1997 y Lucero en 2009, este último en Filipinas, donde se comparó una vacuna conjugada 11-valente con placebo salino en menores de dos años. En el caso del virus del papiloma humano (VPH), Reisinger en 2007 y Garland en 2015 lideraron estudios con diseño controlado que incluyeron placebos salinos para evaluar seguridad e inmunogenicidad.

En ciertas situaciones, el uso de placebo salino no es viable por motivos éticos, especialmente cuando ya existe una vacuna efectiva. En estos casos, los investigadores comparan nuevas versiones con las ya autorizadas, como ocurrió con la vacuna neumocócica Prevnar-13, que fue evaluada frente a su antecesora Prevnar-7, según el ensayo publicado por O’Brien y colaboradores en The Lancet en 2003.

También se ha afirmado que los fabricantes de vacunas están completamente protegidos legalmente frente a posibles daños. Esta interpretación es engañosa. La Ley Nacional de Lesiones por Vacunas Infantiles de EE. UU., promulgada en 1986, creó un programa de compensación sin culpa, pero no otorga inmunidad absoluta. Según la Administración de Recursos y Servicios de Salud (HRSA) de Estados Unidos, los fabricantes pueden ser demandados si se agotan primero las vías del programa. Las indemnizaciones no prueban que una vacuna haya causado daño, ya que los estándares del tribunal especial son más flexibles que los de los tribunales civiles.

Una preocupación recurrente en torno a las vacunas es la presencia de mercurio, concretamente en forma de timerosal, un conservante que se utilizaba en algunas formulaciones multidosis. Sin embargo, desde principios de los años 2000, este compuesto ha sido eliminado de la mayoría de las vacunas infantiles en países como Estados Unidos y en gran parte de Europa, como medida de precaución para reducir la exposición total al mercurio. Diversos estudios han evaluado si el timerosal podría estar relacionado con el autismo, sin encontrar evidencia que lo respalde. Por ejemplo, un amplio estudio de cohorte en Dinamarca, publicado en 2019 por Hviid y colaboradores en Annals of Internal Medicine, no halló asociación entre la vacuna triple vírica (MMR) y el desarrollo de autismo, incluso en niños con hermanos diagnosticados previamente. Investigaciones similares, como las de Jain et al. (2015) en JAMA y el metaanálisis de Taylor et al. (2014) publicado en Vaccine, llegaron a las mismas conclusiones. Además, es esencial distinguir entre los distintos tipos de mercurio: el etilmercurio del timerosal se elimina rápidamente del organismo, a diferencia del metilmercurio, que sí se acumula y puede resultar neurotóxico.

Otro de los componentes que suele generar inquietud es el SV40, un virus de simio que fue detectado como contaminante en algunas vacunas contra la polio fabricadas entre los años 50 y 60. Estudios realizados en animales, como los de Girardi en 1962 y Cicala en 1993, mostraron que el SV40 podía inducir tumores en hámsters, lo que generó preocupación en torno a su posible impacto en humanos. No obstante, investigaciones epidemiológicas posteriores no encontraron una mayor incidencia de cáncer entre las personas que recibieron aquellas vacunas contaminadas. Estas conclusiones han sido revisadas por organismos científicos, que señalan que la evidencia no respalda un vínculo causal entre el SV40 y el cáncer en humanos. En cuanto a las vacunas actuales, como las desarrolladas contra la COVID-19, no contienen SV40 ni otros virus activos. Sí se han detectado pequeñas cantidades de ADN residual como parte del proceso de fabricación, pero no hay pruebas de que esto represente un riesgo para la salud, tal como ha explicado el Vaccine Education Center del Hospital Infantil de Filadelfia.

Conclusión

La evidencia científica disponible muestra de forma clara que las vacunas, incluida la de la polio, han sido fundamentales para reducir y eliminar enfermedades infecciosas. Aunque ninguna intervención médica está exenta de riesgos, los beneficios de la vacunación están ampliamente documentados por décadas de estudios revisados por pares y datos epidemiológicos.

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