LO QUE SE AFIRMA
La vacuna MMR [triple vírica] causa autismo.
LO QUE SABEMOS HASTA AHORA
Falso. La vacuna MMR (triple vírica) no causa autismo, como demuestran múltiples estudios con millones de niños.
La vacuna MMR [triple vírica] causa autismo.
Falso. La vacuna MMR (triple vírica) no causa autismo, como demuestran múltiples estudios con millones de niños.
El pasado 30 de mayo de 2025, la doctora Stella Immanuel, conocida por su postura crítica hacia diversas intervenciones médicas, publicó en su cuenta de X (antes Twitter) una afirmación tajante, afirmando que la vacuna MMR (triple vírica) causa autismo. El mensaje, que rápidamente se viralizó con más de 156.000 visualizaciones y 970 compartidos, revive una de las teorías más persistentes y desacreditadas en la historia reciente de la salud pública.
La afirmación de Immanuel no es nueva. Tiene su origen en un estudio publicado en 1998 en la revista médica The Lancet, firmado por el médico británico Andrew Wakefield. Aquel artículo sugería una supuesta relación entre la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola) y el desarrollo de síntomas autistas en niños. El estudio estaba basado en una muestra muy limitada de apenas 12 casos, y desde el principio fue criticado por su metodología deficiente.
Lo que no se conocía en ese momento era que Wakefield había recibido financiación de abogados que preparaban demandas contra fabricantes de vacunas. Además, tenía intereses personales en el desarrollo de una vacuna alternativa, lo que constituía un evidente conflicto de intereses. En marzo de 2004, diez de los doce coautores del estudio original se retractaron públicamente, alegando que no existían pruebas suficientes para sostener las conclusiones del artículo. Finalmente, la revista The Lancet terminó retractándose por completo del artículo en 2010, y el Consejo Médico General del Reino Unido inhabilitó a Wakefield por mala praxis, manipulación de datos y conducta no ética.
Desde entonces, numerosos estudios de gran escala han evaluado rigurosamente cualquier posible vínculo entre la vacuna triple vírica y el autismo, sin encontrar evidencia alguna que lo respalde.
Hemos preguntado al Dr. Peter Hotez, médico-científico estadounidense, experto en enfermedades infecciosas y desarrollo de vacunas, conocido por su trabajo en salud global y su defensa de la vacunación, quien nos ha comentado que “contamos con evidencia epidemiológica contundente de que la vacuna triple vírica no causa autismo, pero también consideramos que dicha asociación es inverosímil, dado que el autismo se produce a través de docenas de genes que operan en el desarrollo cerebral fetal temprano”. A su vez, nos ha recordado que este argumento ya fue ampliamente detallado en uno de sus libros, donde relata también su experiencia personal como padre de una hija con autismo.
Un estudio realizado en Reino Unido en 1999 concluyó que no existía relación entre la vacunación y el diagnóstico de autismo, sin importar la edad a la que se administrara la inmunización. En 2001, una investigación llevada a cabo en California tampoco encontró correlación entre la edad de vacunación y la aparición del trastorno. Un análisis similar en Atlanta arrojó resultados concordantes.
En 2002, un estudio decisivo publicado en The New England Journal of Medicine examinó a más de 500.000 niños en Dinamarca y determinó que no había correlación alguna entre la vacuna y el autismo. Esta investigación fue una de las más influyentes y se ha replicado en otras poblaciones.
Un estudio japonés de 2005 y otra investigación de 2007, ambas independientes, tampoco detectaron diferencias en la incidencia de autismo entre niños vacunados y no vacunados.
En 2014, un metaanálisis con datos de más de 1,2 millones de niños reafirmó la ausencia total de vínculo entre la inmunización y el trastorno del espectro autista. Este tipo de análisis, que sintetiza resultados de múltiples investigaciones previas, es una de las herramientas más sólidas de la ciencia médica.
En 2015, un estudio en JAMA evaluó a más de 95.000 niños, incluyendo a aquellos con hermanos diagnosticados con autismo —un grupo con mayor riesgo genético—, y tampoco encontró asociación con la vacuna.
Finalmente, una de las investigaciones más recientes, publicada en 2019 en Annals of Internal Medicine, estudió a más de 650.000 niños en Dinamarca y volvió a confirmar que la vacuna triple vírica no está relacionada con el autismo. Posteriormente, una revisión Cochrane que analizó 138 estudios con datos de más de 23 millones de niños reafirmó que la vacuna es segura y no provoca autismo.
Pese a estas pruebas, el mito persiste. Uno de los argumentos más difundidos por sectores antivacunas es la llamada “sobrecarga inmunitaria”, que sugiere que recibir múltiples vacunas en poco tiempo podría alterar el sistema inmune del niño. Esta idea fue promovida públicamente en 2015 por Donald Trump, quien expresó en redes sociales su preocupación por el número de vacunas administradas en los primeros años de vida. Sin embargo, no existe evidencia científica que respalde esta hipótesis.
En la misma línea, Robert F. Kennedy Jr., actual secretario de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, ha defendido la idea de que el timerosal, un conservante usado en algunas vacunas (aunque nunca en la triple vírica), estaría vinculado al autismo, y ha calificado la tendencia como una «epidemia». Su postura fue criticada por las autoridades sanitarias de Samoa, quienes argumentaron que sus declaraciones contribuyeron a un brote de sarampión en 2019 que dejó 83 muertos.
El profesor Jeffrey S. Morris, bioestadístico y director de la División de Bioestadística de la Universidad de Pensilvania, ha destacado un artículo publicado en JAMA Psychiatry que considera especialmente revelador para entender el aumento en los diagnósticos de autismo. Según explicó en su cuenta de X, el estudio muestra que el incremento en los casos ha ido acompañado de una reducción significativa en la intensidad de los síntomas observados dentro del propio grupo diagnosticado. Es decir, los niños identificados con autismo presentan, cada vez más, características más cercanas a la norma neurotípica. Este hallazgo refleja claramente el impacto que ha tenido la ampliación de los criterios diagnósticos en la prevalencia del autismo, lo que respalda la idea de que el aumento de diagnósticos no es producto de una “epidemia” causada por factores ambientales o vacunas, sino el resultado de una redefinición y expansión en el espectro de evaluación.
Por ejemplo, un estudio publicado en 2020 encontró que el 94% de los genes de alta confianza relacionados con el autismo se expresan durante el desarrollo prenatal, en regiones cerebrales como la corteza, el cerebelo, la amígdala, el hipocampo y el estriado. Además, investigaciones han demostrado que estos genes están involucrados en procesos clave del desarrollo cerebral, como la proliferación celular, la neurogénesis, la migración neuronal y la sinaptogénesis. Por ejemplo, el gen CHD8, uno de los más estudiados en relación con el autismo, regula otros genes de riesgo durante el desarrollo neurobiológico humano. Ese mismo año, otro estudio identificó 102 genes asociados con el riesgo de presentar autismo. Y un estudio publicado en Nature en 2024 reveló que alteraciones en la proteína CPEB4 durante el desarrollo prenatal afectan la síntesis de múltiples proteínas esenciales vinculadas al autismo idiopático, apuntando a un origen genético temprano del trastorno.
Sin embargo, la forma más rigurosa de determinar si existe algún vínculo entre las vacunas y el autismo no pasa por conjeturas sobre la respuesta inmune, sino por estudios comparativos basados en datos reales. Uno de estos análisis, llevado a cabo en 2013 por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), concluyó que no había ninguna asociación entre la cantidad de anticuerpos inducidos por la vacunación y la aparición de un diagnóstico de autismo.
En realidad, las vacunas actuales contienen menos antígenos que hace décadas, gracias a los avances en biotecnología. Aunque se administran más dosis, la carga inmunitaria total es menor. Esta reducción ha sido fundamental para preservar la eficacia de la inmunización sin comprometer la seguridad.
La ciencia también ha avanzado en la comprensión de las causas del autismo. Los estudios apuntan a una fuerte base genética, y factores como la edad avanzada de los padres, el nacimiento prematuro o algunas infecciones durante el embarazo podrían jugar un papel. Sin embargo, ninguno de estos elementos incluye a las vacunas como factor de riesgo.
El reciente informe publicado por la Red de Monitoreo del Autismo y Discapacidades del Desarrollo (ADDM) de los CDC refuerza estas conclusiones. Según el informe, en 2022 uno de cada 31 niños de ocho años fue diagnosticado con autismo, una cifra récord. No obstante, los expertos coinciden en que este aumento se debe principalmente a mejoras en el acceso al diagnóstico y mayor equidad, no a un incremento real de casos.
De hecho, los cambios en el DSM —el manual de referencia para trastornos mentales— han relajado progresivamente los requisitos para el diagnóstico de autismo, permitiendo incluir formas más leves y diversas del espectro. Por ejemplo, el paso del DSM-III al DSM-IV facilitó diagnósticos mediante criterios más amplios y menos severos. Además, con la consolidación del espectro autista como un continuo que incluye desde formas leves hasta casos profundos, las tasas de diagnóstico se han disparado, sin que ello implique un crecimiento real en la incidencia.
También han influido políticas como el programa “Child Find” (IDEA), que obliga a los distritos escolares a identificar y apoyar a niños con discapacidades. Esta obligación, junto con incentivos económicos ligados a cada diagnóstico, ha contribuido al aumento de las cifras reportadas por los sistemas escolares, fenómeno ampliamente documentado por autores como Morton Gernsbacher.
Por otro lado, datos de California muestran que la proximidad geográfica a niños diagnosticados con autismo incrementa significativamente la probabilidad de diagnóstico en otros menores, debido a efectos de concienciación compartida entre familias, profesionales y escuelas. Este “efecto proximidad” es especialmente evidente en diagnósticos de casos leves o moderados, y refuerza la hipótesis de que la visibilidad y el entorno son factores decisivos en el aumento aparente.
La comunidad científica y organizaciones como la Red de Autodefensa Autista (ASAN) han rechazado cualquier intento de vincular este fenómeno a factores como las vacunas. También han subrayado que el autismo no debe ser tratado como una enfermedad a prevenir, sino como una forma válida de neurodiversidad.
No es la primera vez que la doctora Stella Immanuel difunde información controvertida o falsa sobre salud pública: en el pasado, ha sido desmentida por plataformas como FactCheck.org y PolitiFact por promover teorías infundadas sobre la COVID-19 o las vacunas.
La afirmación de que la vacuna triple vírica (MMR) causa autismo es falsa. La evidencia científica, acumulada durante más de dos décadas y respaldada por estudios de millones de niños, no ha encontrado ninguna relación entre ambas. Repetir esta teoría no solo es engañoso, sino que contribuye a socavar la confianza en una herramienta esencial para la salud pública.
Referencias:
Fuente del reclamo: X (Twitter)
Contenido verificado: 2 de junio de 2025 a las 21:33 horas
Artículo de verificación actualizado: 2 de junio de 2025 a las 21:33 horas
Recursos que hemos utilizado: Literatura científica revisada por pares / Declaraciones de expertos
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