LO QUE SE AFIRMA
«La afirmación de que "las vacunas no causan autismo" no está basada en evidencia, ya que los estudios no han descartado la posibilidad de que las vacunas infantiles causen autismo»
«La afirmación de que "las vacunas no causan autismo" no está basada en evidencia, ya que los estudios no han descartado la posibilidad de que las vacunas infantiles causen autismo»

El 19 de noviembre de 2025, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) modificaron su página oficial sobre la relación entre vacunas y autismo. En la nueva versión, el organismo estadounidense afirma que “la declaración ‘las vacunas no causan autismo’ no es una afirmación basada en evidencia”, argumentando que “los estudios no han descartado la posibilidad” de un vínculo entre las vacunas infantiles y el autismo. En el nuevo texto señalan, además, que “las autoridades sanitarias han ignorado los estudios que respaldan esta relación”, una afirmación que no se sostiene frente al amplio volumen de investigaciones revisadas por pares que han abordado esta cuestión durante más de dos décadas.
El cambio, justificado por una supuesta obligación de cumplimiento con la Data Quality Act (DQA), representa un giro radical respecto a la postura mantenida por décadas por los CDC, y contradice una amplia base de estudios científicos revisados por pares, metaanálisis y revisiones sistemáticas que han evaluado exhaustivamente esta cuestión.

Hasta hace unos días, la página oficial del CDC (archivada aquí) indicaba de forma clara que “las vacunas no causan autismo” y que “no se han encontrado vínculos entre ningún ingrediente de las vacunas y el trastorno del espectro autista (TEA)”. También citaba estudios que demostraban la seguridad de vacunas como la MMR (triple vírica) y descartaban cualquier vínculo con el desarrollo de autismo, incluyendo investigaciones propias del organismo.

Entre la evidencia acumulada, destaca un estudio danés publicado en The New England Journal of Medicine en 2002, que analizó los datos de más de 500.000 niños y no encontró asociación entre la vacuna MMR y el autismo. Una investigación más reciente, de 2019, también en Dinamarca, estudió a más de 650.000 niños y reafirmó los mismos resultados.
En 2014, un metaanálisis con datos de más de 1,2 millones de niños concluyó que no existe relación entre la inmunización infantil y el desarrollo de TEA. En 2015, una investigación publicada en JAMA evaluó a más de 95.000 niños, incluidos aquellos con antecedentes familiares de autismo, y tampoco halló evidencia de una asociación.
A esto se suman estudios realizados en Reino Unido (1999), California (2001), Atlanta (2001), Japón (2005), y otros de 2007, que tampoco identificaron vínculos entre las vacunas y el autismo, independientemente de la edad de vacunación o la formulación del preparado. Además, una revisión Cochrane de 2020, que analizó 138 estudios con datos de más de 23 millones de niños, reafirmó la seguridad de la vacuna triple vírica y otras vacunas infantiles.
Uno de los argumentos que resurgen con el nuevo enfoque del CDC es la posibilidad de que ciertos ingredientes como el aluminio o el timerosal (tiomersal) puedan estar implicados. Sin embargo, múltiples estudios han desmentido esa hipótesis (como analizamos aquí y aquí). El timerosal fue eliminado de la mayoría de las vacunas pediátricas en Estados Unidos a principios de la década de 2000, y nunca estuvo presente en la vacuna MMR. Aun así, la prevalencia de autismo ha seguido aumentando, lo que contradice cualquier relación causal. Como ya explicó en una ocasión anterior Jaime Pérez, médico especialista en Medicina Preventiva y presidente de la Asociación Española de Vacunología (AEV), “el tiomersal se ha ido dejando de usar progresivamente no porque se haya demostrado ningún efecto adverso, sino como medida de precaución y para evitar la alarma social”. Pérez añadió también que “en España no usamos vacunas multidosis (de las tradicionales), por lo que desde la pandemia de gripe de 2009 no ha sido necesario su uso”. Y recordó que “el tiomersal es seguro aunque se ha dejado de usar por la alarma social generada, (…) no hay ningún estudio científico que lo relacione con el autismo”. Además, un estudio publicado el 15 de julio de 2025 en Annals of Internal Medicine analizó a más de 1,2 millones de niños nacidos en Dinamarca entre 1997 y 2018 para investigar si la cantidad de aluminio recibida a través de vacunas en los primeros dos años de vida se relacionaba con el desarrollo de enfermedades crónicas, incluido el autismo. Aprovechando los cambios en el calendario vacunal danés como un “experimento natural”, los autores compararon distintos niveles de exposición al aluminio (entre 0 y 4,5 mg) y no encontraron asociación con ninguno de los 50 trastornos evaluados, como asma, TDAH, diabetes tipo 1 o autismo. En todos los análisis, incluidos los extendidos hasta los ocho años, se descartó un mayor riesgo incluso entre los niños más expuestos, tal y como analizamos aquí.
Por su parte, la evidencia genética ha cobrado cada vez mayor peso en la etiología del autismo.Por ejemplo, un estudio publicado en 2020 encontró que el 94% de los genes de alta confianza relacionados con el autismo se expresan durante el desarrollo prenatal, en regiones cerebrales como la corteza, el cerebelo, la amígdala, el hipocampo y el estriado. Investigaciones recientes han identificado más de un centenar de genes relacionados con el riesgo de desarrollo de autismo, la mayoría de ellos expresados en fases tempranas del desarrollo prenatal. Un estudio de 2024 publicado en Nature reveló cómo ciertas alteraciones proteicas durante el desarrollo embrionario podrían explicar casos de autismo idiopático, reforzando la hipótesis de un origen principalmente genético y prenatal.
El aumento de diagnósticos de autismo también ha sido explicado por factores como el cambio en los criterios diagnósticos, el mayor acceso a evaluaciones y programas de detección temprana, así como la concienciación social. En este sentido, Jeffrey S. Morris, profesor de bioestadística y director del área en la Universidad de Pensilvania, ha resaltado un artículo reciente publicado en JAMA Psychiatry como clave para interpretar correctamente el aumento de diagnósticos de autismo. En un análisis que compartió en su cuenta de X, Morris explicó que, aunque los casos han crecido en número, los síntomas entre los nuevos diagnosticados son, en promedio, más leves que en el pasado. En otras palabras, muchos de los niños actualmente identificados con autismo muestran rasgos mucho más cercanos al desarrollo neurotípico que antes.
Este patrón, subraya el investigador, es una prueba del efecto que ha tenido la ampliación de los criterios diagnósticos a lo largo del tiempo. Más que un repunte real en la incidencia del autismo, lo que refleja este cambio es una mayor inclusión de casos dentro del espectro, lo cual cuestiona la idea de que el incremento se deba a factores externos como vacunas o contaminantes ambientales.
La actualización del CDC menciona la correlación entre el incremento del número de vacunas en la infancia y la mayor prevalencia de autismo como motivo para abrir nuevas líneas de investigación. Sin embargo, numerosos expertos han advertido que correlación no implica causalidad, y que basar cambios en comunicación pública en correlaciones sin fundamento puede alimentar la desinformación y el escepticismo hacia la vacunación.
Anteriormente consultamos al Dr. Peter Hotez, especialista en vacunas y enfermedades infecciosas y una de las voces más reconocidas en salud pública en Estados Unidos. Hotez, que lleva décadas investigando el desarrollo de vacunas y los factores de riesgo del autismo, fue claro al resumir lo que muestran los estudios disponibles. Según explicó, “contamos con evidencia epidemiológica contundente de que la vacuna triple vírica no causa autismo, pero también consideramos que dicha asociación es inverosímil, dado que el autismo se produce a través de docenas de genes que operan en el desarrollo cerebral fetal temprano”. El investigador añadió que este planteamiento ya lo había abordado en profundidad en una de sus obras más conocidas, donde combina los datos científicos con una perspectiva personal derivada de su propia experiencia como padre de una hija autista. Su análisis, señala, refleja tanto el peso de la genética en el desarrollo del trastorno como la ausencia de pruebas que vinculen la inmunización infantil con el diagnóstico de autismo. En su cuenta de X, además, ha publicado un mensaje donde señala que la modificación de la página web del CDC es “desinformación sanitaria flagrante”, y que “están mintiendo al pueblo estadounidense” ya que “tenemos pruebas contundentes que demuestran que las vacunas no causan autismo y, además, no existe ningún mecanismo plausible, dado lo que hemos aprendido sobre los 100 genes del autismo > en el desarrollo cerebral fetal temprano”.
El infectólogo Jake Scott, de la Universidad de Stanford, por otro lado, ha señalado que “la nueva revisión contradice lo que hemos aprendido al seguir a millones de niños durante décadas”, y que “explota una falacia filosófica que consiste en probar negaciones ignorando estudios realizados con millones de niños que arrojan resultados consistentes” (tal y como ha recordado desde su cuenta de X).
Aunque el nuevo texto afirma que se investigarán “mecanismos biológicos plausibles”, el hecho de presentar como incierta una relación científica tan ampliamente evaluada durante décadas puede tener consecuencias graves para la confianza pública en las vacunas, especialmente en un contexto donde la vacunación infantil es clave para la prevención de brotes epidémicos, tal y como señalan los expertos.
La nueva afirmación de los CDC, que sugiere que no se puede afirmar con certeza que las vacunas no causen autismo, no está respaldada por la evidencia científica acumulada. Décadas de estudios con millones de niños, múltiples revisiones sistemáticas y metaanálisis han descartado consistentemente una relación causal entre la vacunación infantil y el autismo.
Referencias:
Fuente del reclamo: Página web (CDC)
Contenido verificado: 20 de noviembre de 2025 a las 15:54 horas
Artículo de verificación actualizado: 20 de noviembre de 2025 a las 15:54 horas
Recursos que hemos utilizado: Literatura científica revisada por pares / Declaraciones de expertos

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