¿Qué sabemos sobre los efectos a largo plazo de las vacunas contra la COVID-19?

A más de cuatro años del inicio de la vacunación contra la COVID-19, los estudios no han hallado efectos secundarios que surjan años después.

LO MÁS DESTACADO
  • No hay evidencia científica de efectos secundarios a largo plazo causados por las vacunas contra la COVID-19.
  • La mayoría de los efectos adversos, incluso los más graves, ocurren dentro de las primeras semanas tras la vacunación.
  • Los beneficios de la vacunación superan con creces los riesgos, incluso frente a eventos raros como miocarditis o trombosis.
Qué sabemos sobre los efectos a largo plazo de las vacunas contra la COVID-19

Desde los primeros meses de la pandemia de COVID-19, uno de los argumentos más repetidos por ciertos sectores contra las vacunas ha sido que “no conocemos los efectos secundarios a largo plazo” de las mismas. Esta afirmación ha circulado ampliamente en redes sociales como X (antes Twitter), Facebook e Instagram, en múltiples publicaciones que acumulan millones de visualizaciones. Si bien fue una preocupación legítima al inicio del despliegue masivo, hoy, casi cinco años después del comienzo de la vacunación global, esta idea ha quedado desactualizada.

Las vacunas contra la COVID-19 no se desarrollaron en el vacío. Aunque eran nuevas, sus mecanismos de acción y componentes se basan en tecnologías con décadas de investigación previa. Las vacunas de ARNm, como las de Pfizer y Moderna, se probaron en ensayos clínicos con más de 144.000 voluntarios, y desde su aprobación se han administrado más de 13 mil millones de dosis en todo el mundo. Esta escala sin precedentes ha permitido detectar incluso los efectos secundarios más raros, como lo explica el CDC en sus guías de seguridad vacunal.

Los efectos adversos más comunes —dolor en el brazo, fiebre leve, malestar general— aparecen en las primeras horas o días. De hecho, una pequeña fracción de personas puede tener una reacción alérgica a los ingredientes de la vacuna. Esto ocurre dentro de los 15 minutos posteriores a su administración. En casos raros puede ocurrir dentro de las 4 horas siguientes.

La mayoría de los efectos graves, como la miocarditis (relacionada a las vacunas de ARNm) o los coágulos sanguíneos raros vinculados a la vacuna de AstraZeneca, se manifiestan dentro de las primeras cuatro semanas. Así lo confirma un análisis del New England Journal of Medicine y los datos recogidos por la FDA y la EMA. En este sentido, el 7 de abril de 2021 la Agencia Europea del Medicamento publicó un comunicado en el que informaba acerca del síndrome de trombosis con trombocitopenia (trombos sanguíneos en combinación con niveles bajos de plaquetas en sangre), que consideró como un potencial efecto secundario «muy raro», y concluyó que los beneficios seguían superando los riesgos.

En relación a la miocarditis, un estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), publicado en JAMA, confirmó que la miocarditis es un efecto adverso infrecuente pero potencialmente serio asociado a las vacunas de ARNm contra la COVID-19. El análisis se centró en 1.626 reportes de miocarditis registrados en el sistema VAERS entre diciembre de 2020 y agosto de 2021, tras la administración de más de 354 millones de dosis. Aunque el riesgo general fue bajo, se detectó una mayor incidencia en varones jóvenes, especialmente después de la segunda dosis. El grupo con mayor tasa fue el de adolescentes de 16 a 17 años, con 105,9 casos por millón de dosis, seguido por los de 12 a 15 años (70,7 por millón) y los adultos jóvenes de 18 a 24 años, con tasas que oscilaban entre 52,4 y 56,3 por millón, según la vacuna administrada (Pfizer o Moderna).

No obstante, otro estudio encontró que el riesgo de miocarditis por las vacunas contra la COVID-19 es mucho menor que el riesgo de que se produzca por la propia COVID-19.

Después de 28 días de la vacunación, el cuerpo conserva células inmunitarias de memoria, pero no se registran reacciones nuevas. La Nature Immunology publicó en 2021 que si no se ha tenido una reacción luego de los dos primeros meses, es poco probable que algo posterior sea causado por la vacuna.

Históricamente, los efectos secundarios de otras vacunas también han aparecido en las semanas inmediatas tras la vacunación. Por ejemplo, en 1955, algunos lotes defectuosos de la vacuna de Salk contra la polio provocaron infecciones, pero los casos surgieron en cuestión de semanas. Lo mismo ocurrió en 1976 con el síndrome de Guillain-Barré vinculado a una vacuna antigripal, que apareció en un rango de 2 a 3 semanas. Determinaron que el efecto ocurría en 1-2 personas por cada millón de vacunas. Curiosamente, esta misma afección se vinculó a la vacuna Janssen con 100 informes preliminares tras 12,5 millones de dosis administradas. El síndrome surgió unas dos semanas después de la vacunación, principalmente en hombres de más de 50 años.

En 2008, de siete a diez días después de recibir la vacuna triple vírica, algunos bebés sufrieron convulsiones febriles. Ocurrió en 1 niño por cada 2.300 dosis de la vacuna. Semanas después de recibir la vacuna contra la fiebre amarilla, una pequeña cantidad de personas desarrollan encefalitis, meningitis, síndrome de Guillain-Barré o una disfunción sistémica multiorgánica llamada enfermedad viscerotrópica.

La preocupación por efectos “a largo plazo” fue impulsada en parte por el investigador J.B. Classen, quien en 1999 sugirió que, si una persona se inmunizaba contra la Haemophilus influenzae tipo b, a partir de los dos meses aumentaba el riesgo de diabetes. Sin embargo, esa afirmación fue ampliamente refutada por múltiples estudios. La BMJ también publicó varios artículos desmintiendo esa hipótesis, destacando errores metodológicos graves.

Además, una revisión sistemática de 2016 analizó 23 estudios que buscaban una posible relación entre vacunas infantiles y enfermedades crónicas como la diabetes tipo 1, sin encontrar ninguna evidencia sólida. De igual forma, una revisión de 2017 publicada en Journal of Neurology no encontró vínculo entre las vacunas comunes y enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple.

Por otro lado, los sistemas de farmacovigilancia actuales —como VAERS en Estados Unidos, EudraVigilance en Europa o el sistema del CDC— han demostrado ser eficaces en detectar rápidamente efectos adversos inusuales. Fue así como se identificaron precozmente los casos de miocarditis y trombosis vinculados a ciertas vacunas, con una frecuencia bajísima (en el orden de uno por millón de dosis). Esto sugiere que si existiera algún efecto serio con aparición tardía, ya habría sido detectado.

Por último, es importante destacar que el ARN mensajero y sus nanopartículas portadoras se degradan en el cuerpo en cuestión de horas o pocos días, lo que reduce aún más las posibilidades de efectos prolongados, como explica el propio CDC en su web oficial. La FDA, de hecho, solo autorizó estas vacunas tras confirmar un seguimiento mínimo de ocho semanas en al menos el 50% de los voluntarios, tiempo suficiente para detectar el 95% de los efectos adversos.

De hecho, un estudio internacional publicado en Vaccine el pasado año, que analizó datos de más de 99 millones de personas vacunadas contra la COVID-19 en ocho países, identificó un pequeño aumento en ciertas condiciones médicas raras —como miocarditis, pericarditis o el síndrome de Guillain-Barré— tras la administración de vacunas de ARNm y de vector viral, pero los autores concluyeron que estos efectos adversos son extremadamente poco frecuentes y que los beneficios de la vacunación superaban con creces los riesgos, especialmente cuando se compara con las graves complicaciones que puede causar la propia infección por SARS-CoV-2.

Conclusión

La afirmación de que “no conocemos los efectos secundarios a largo plazo de las vacunas contra la COVID-19” es engañosa y desactualizada. A día de hoy, no existe evidencia científica de que estas vacunas provoquen efectos adversos que se manifiesten años después. La mayoría de los efectos secundarios ocurren en las primeras semanas y, gracias al monitoreo constante, se han identificado y evaluado los casos más raros. Ningún estudio revisado por pares ha demostrado la existencia de afecciones crónicas provocadas por las vacunas a largo plazo.

Referencias

Si te gusta nuestro trabajo y quieres colaborar con nosotros, puedes hacer una donación para apoyar nuestra labor de verificación de hechos. Con tu aportación, nos ayudas a mantener nuestra independencia, nuestra calidad y nuestra credibilidad.

Total
0
Shares

Anterior artículo
Este video de una mujer jugando con un tiburón no es real

No, este video de una mujer jugando con un tiburón no es real: fue generado con inteligencia artificial

Siguiente artículo
Análisis sobre el origen del SARS-CoV-2

Qué sabemos sobre la teoría de la fuga de laboratorio del virus causante de la COVID-19

Artículos relacionados