La vitamina A no cura ni previene el sarampión

Aunque la vitamina A puede ayudar a reducir complicaciones en casos graves de sarampión, numerosos mensajes virales inducen al error al presentarla como una alternativa preventiva a la vacunación, lo cual carece de respaldo científico y pone en riesgo la salud pública.

LO QUE SE AFIRMA

Tomar vitamina A previene el contagio de sarampión y cura la enfermedad.

LO QUE SABEMOS HASTA AHORA

Engañoso. La vitamina A puede reducir complicaciones en niños con sarampión, pero no evita el contagio ni cura la enfermedad: la vacuna es la única protección efectiva.

No, la vitamina A no previene el sarampión

En las últimas semanas, el sarampión ha vuelto a captar la atención pública tras varios brotes en distintas partes del mundo. Este resurgimiento ha coincidido con una oleada de mensajes virales en redes sociales que sugieren tratamientos alternativos, remedios naturales e incluso métodos preventivos no comprobados. Entre las afirmaciones más compartidas destaca una: que la vitamina A puede prevenir o incluso curar el sarampión.

La difusión de este tipo de mensajes ha generado confusión, especialmente entre padres preocupados por la salud de sus hijos. Algunos usuarios aseguran que basta con reforzar la dieta con suplementos de vitamina A o con productos como el aceite de hígado de bacalao para evitar el contagio. Otros afirman que los síntomas del sarampión pueden reducirse drásticamente gracias a esta vitamina. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?

El sarampión: una enfermedad infecciosa altamente contagiosa

Antes de abordar la afirmación sobre la vitamina A, es importante entender qué es el sarampión. Se trata de una enfermedad vírica provocada por el morbillivirus, que se transmite principalmente por el aire a través de las gotas expulsadas al toser o estornudar. Su capacidad de contagio es tan alta que una sola persona infectada puede transmitir el virus a entre 12 y 18 personas susceptibles.

Los síntomas comienzan con fiebre alta, congestión nasal, tos, irritación ocular y la aparición de pequeñas manchas blancas dentro de la boca, conocidas como manchas de Koplik. Pocos días después, aparece una erupción característica que se extiende desde la cabeza al resto del cuerpo.

Aunque muchas personas se recuperan sin complicaciones, el sarampión puede tener consecuencias graves, sobre todo en niños pequeños y personas con sistemas inmunitarios debilitados. Entre las complicaciones más frecuentes se encuentran la neumonía, la pérdida auditiva, la encefalitis (una inflamación cerebral potencialmente mortal), la diarrea severa, la ceguera, y, en casos extremos, la muerte. De hecho, se sabe que aproximadamente 1 de cada 1000 morirá.

También sabemos que una de las secuelas más raras pero devastadoras que el sarampión puede causar es la encefalitis esclerosante subaguda (SSPE, por sus siglas en inglés), un trastorno neurológico progresivo que puede manifestarse años después de haber superado la enfermedad. Esta complicación afecta aproximadamente a 1 de cada 100.000 personas infectadas y, lamentablemente, no tiene tratamiento curativo. En la mayoría de los casos, conduce a la muerte en un plazo de cinco años desde el diagnóstico. Un análisis retrospectivo realizado sobre los casos de sarampión en California entre 1988 y 1991 encontró que uno de cada 1.367 niños no vacunados menores de cinco años desarrolló encefalitis esclerosante subaguda. Esta cifra refuerza la conclusión de muchos especialistas: al prevenir el contagio de sarampión mediante la vacunación, no solo se evita la enfermedad en sí, sino que también se reduce el riesgo de consecuencias a largo plazo y de otras infecciones graves, gracias a la protección sostenida del sistema inmunológico.

Además, investigaciones han revelado que el sarampión puede provocar una forma de «amnesia inmunitaria», en la que el sistema inmunitario pierde la memoria de agentes patógenos previamente conocidos. Esta pérdida de memoria inmunitaria debilita las defensas del organismo, aumentando el riesgo de padecer otras infecciones que antes el cuerpo era capaz de combatir. Una investigación publicada en 2019 en la revista Science reveló que los niños que no estaban vacunados y se infectaron con sarampión experimentaron una pérdida significativa de sus anticuerpos preexistentes, en un rango que iba del 11 % al 73 %, lo que los dejó más vulnerables a una variedad de enfermedades, incluyendo neumonía, gripe e incluso infecciones bacterianas, lo que demuestra el impacto del sarampión más allá de la infección inicial.

¿Qué papel juega la vitamina A en el sarampión?

La vitamina A es un nutriente esencial para el buen funcionamiento del sistema inmunológico y la salud ocular. Su papel en infecciones como el sarampión ha sido objeto de estudio desde hace décadas, especialmente en contextos donde la malnutrición es común.

Evidencia científica sólida ha demostrado que la deficiencia de vitamina A puede agravar el curso del sarampión. En niños con niveles bajos de esta vitamina, la infección puede volverse más severa y aumentar el riesgo de complicaciones como la ceguera o incluso la muerte. Por esta razón, organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Academia Americana de Pediatría recomiendan la administración de suplementos de vitamina A como parte del tratamiento de apoyo para niños que ya han contraído el sarampión, independientemente de su estado nutricional.

El protocolo habitual consiste en administrar dos dosis de vitamina A con 24 horas de diferencia a niños infectados. Esta intervención ha demostrado reducir la gravedad de los síntomas y mejorar las probabilidades de recuperación.

Pero… ¿puede la vitamina A prevenir el contagio?

Aquí es donde entra en juego la desinformación. A pesar de los beneficios conocidos de la vitamina A en el tratamiento de casos graves de sarampión, no existe ninguna evidencia científica que respalde su uso como método preventivo contra la infección.

En una columna de opinión publicada el 2 de marzo de 2025 en Fox News, Robert F. Kennedy Jr., actual titular del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, sugirió que mantener una buena alimentación es clave para enfrentar enfermedades, incluidas las infecciosas. Aunque reconoció el valor de las vacunas para proteger tanto al individuo como a la comunidad, también incluyó la vitamina A entre los «tratamientos terapéuticos disponibles», lo que ha sido interpretado por muchos como un respaldo indirecto a su uso en lugar de la vacunación contra el sarampión.

Sin embargo, la vitamina A no actúa como una vacuna. No estimula la producción de anticuerpos ni genera inmunidad frente al virus. Por lo tanto, tomar suplementos de esta vitamina —ya sea de forma puntual o prolongada— no protege contra el contagio. Este punto ha sido subrayado repetidamente por expertos en salud pública y por instituciones médicas de referencia.

Lo preocupante es que algunos mensajes en redes sociales omiten esta diferencia crucial. Al presentar la vitamina A como una alternativa natural a la vacunación, muchas personas pueden verse tentadas a renunciar a la única medida realmente eficaz para prevenir el sarampión: la inmunización con la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola, conocida como MMR por sus siglas en inglés).

Además del problema de la falsa seguridad, el consumo indiscriminado de vitamina A también puede tener efectos adversos. A diferencia de otras vitaminas hidrosolubles, el exceso de vitamina A se acumula en el organismo, lo que puede provocar toxicidad si se ingiere en grandes cantidades o durante largos periodos.

Los síntomas de hipervitaminosis A incluyen náuseas, vómitos, dolores de cabeza, fatiga, irritabilidad, problemas hepáticos y, en casos extremos, daño permanente en órganos. En niños pequeños, una sobredosis puede ser especialmente peligrosa.

Por ello, tanto la OMS como otros organismos recomiendan que la administración de vitamina A, cuando se utilice en el contexto de una infección por sarampión, se realice bajo supervisión médica y siguiendo dosis específicas.

El impacto de la desinformación en la salud pública

La circulación de afirmaciones incorrectas sobre el papel de la vitamina A en la prevención del sarampión no es un problema menor. En un momento en que la cobertura vacunal ha disminuido en varios países debido a la pandemia de COVID-19 y al auge de los movimientos antivacunas, este tipo de mensajes pueden erosionar aún más la confianza en las vacunas.

Las consecuencias ya son visibles. En países como Estados Unidos, Marruecos y Países Bajos, los brotes recientes de sarampión han coincidido con una caída en las tasas de vacunación. En algunos distritos escolares estadounidenses, menos del 50% de los niños están vacunados. En zonas de Marruecos, la creencia errónea de que la vacuna contra el sarampión es en realidad una dosis de refuerzo de la vacuna contra la COVID-19 ha provocado reticencias generalizadas a la inmunización.

Estas narrativas, aunque carentes de fundamento científico, se propagan con rapidez en redes sociales y dificultan los esfuerzos de las autoridades sanitarias para contener los brotes. En algunos casos, incluso han derivado en hospitalizaciones por intoxicación con vitamina A, como se ha documentado recientemente.

Vacunarse sigue siendo la mejor protección

La evidencia es clara y contundente: la vacunación es la medida más eficaz para prevenir el sarampión y sus complicaciones. El esquema de inmunización recomendado por las autoridades sanitarias incluye dos dosis de la vacuna triple vírica, que ofrecen una protección superior al 95%.

Según la Academia Americana de Pediatría, antes de la introducción de la vacuna contra el sarampión, esta enfermedad causaba unas 450 muertes anuales en Estados Unidos, afectando principalmente a niños que no presentaban problemas de salud previos. Esta tendencia histórica se refleja en el brote reciente en Texas, donde las dos muertes confirmadas hasta ahora han sido las de dos meores que, según los informes, no tenían condiciones médicas subyacentes.

Gracias a las campañas de vacunación, el sarampión fue declarado eliminado en varios países. Sin embargo, esa conquista está en riesgo si la cobertura vacunal no se mantiene por encima del umbral necesario para la inmunidad colectiva, que es del 95%.

Apostar por suplementos no validados como sustituto de la vacunación no solo es ineficaz, sino que puede ser peligroso. La mejor manera de proteger a los niños y a las comunidades sigue siendo la vacunación.

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