No hay pruebas de que la vacuna contra la hepatitis B cause autismo ni de que los CDC ocultaran un estudio, pese a lo afirmado por Robert F. Kennedy Jr.

La afirmación de Robert F. Kennedy Jr. sobre la vacuna contra la hepatitis B y el autismo no tiene respaldo científico ni documental. El Senado de EE.UU. concluyó en 2007 que no hubo encubrimiento ni manipulación de datos.

LO QUE SE AFIRMA

Los CDC ocultaron un estudio que mostraba un aumento del 1135% en el riesgo de autismo por la vacuna contra la hepatitis B.

LO QUE SABEMOS HASTA AHORA

Falso No existe ninguna cifra del 1135% en las transcripciones de los CDC. El estudio final de Verstraeten de 2003, revisado por pares, no encontró asociación entre el timerosal y el autismo. El propio autor del estudio rechazó esa interpretación. El Senado de EE.UU. concluyó en 2007 que no hubo encubrimiento ni manipulación de datos.

La vacuna contra la hepatitis B no aumenta el riesgo de autismo ni es innecesaria en recién nacidos

Una entrevista reciente de Robert F. Kennedy Jr. (actual Secretario de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos) con Tucker Carlson ha generado polémica sobre la vacuna contra la hepatitis B. En uno de los tuits donde se difundió el video, con más de 2 millones de visualizaciones y más de 15 mil compartidos, se afirma que “RFK Jr. dice que los CDC ocultaron su propio estudio interno que mostraba un AUMENTO del 1135% en el riesgo de autismo por la vacuna contra la hepatitis B”. El mensaje añade que los investigadores “eliminaron a los niños mayores y dejaron solo a los más jóvenes, que aún no podían ser diagnosticados [con autismo]”, y califica la supuesta ocultación como “maligna”.

Estas afirmaciones han sido ampliamente desmentidas por la comunidad científica. Kennedy hace referencia al estudio preliminar dirigido por Thomas Verstraeten en 1999, cuyos datos iniciales fueron presentados públicamente en un congreso científico antes de su publicación definitiva en 2003. Según ha comentado recientemente Jessica Steier en una publicación de Instagram, experta en salud pública especializada en comunicación científica y editora de la página web y el podcast Unbiased Science, «la afirmación principal hace referencia a datos de detección temprana presentados en una conferencia científica pública, no a un ‘estudio secreto’ como se alega. Cabe destacar que la cifra específica del ‘1135%’ citada ni siquiera aparece en la transcripción de la reunión de los CDC de esa fecha. El propio investigador principal, Thomas Verstraeten, rechazó explícitamente estas interpretaciones erróneas y posteriormente realizó el estudio de seguimiento definitivo. Su investigación final de 2003, revisada por pares, examinó la exposición total al timerosal de todas las vacunas en más de 140.000 niños y no encontró asociaciones consistentes entre las vacunas que contienen timerosal y los resultados del desarrollo neurológico».

De hecho, el propio Verstraeten rechazó en 2004 en una carta al editor publicada en Pediatrics las interpretaciones que sugerían encubrimiento. De hecho, en su comentario, comenta: «¿Los CDC suavizaron los resultados originales? No lo hicieron». Y continúa: «El estudio de detección de vacunas con timerosal realizado por los CDC se percibió inicialmente como positivo, ya que halló una asociación entre el timerosal y algunos resultados del desarrollo neurológico. Esta era la percepción que tenían tanto científicos independientes como grupos de presión antivacunas al concluir la primera fase del estudio. Desde el principio se previó que cualquier resultado positivo daría lugar a una segunda fase».

Además, el diseño del estudio incluía una segunda fase más rigurosa y con una muestra ampliada, que no replicó las asociaciones iniciales, tal y como siguió indicando en su comentario: «Debido a que los hallazgos de la primera fase no se replicaron en la segunda, la percepción del estudio cambió de positiva a neutral. Sorprendentemente, sin embargo, muchos, incluidos los grupos de presión antivacunas, lo interpretan ahora como negativo. El artículo no afirma que se haya encontrado evidencia en contra de una asociación, como lo haría un estudio negativo. Por el contrario, afirma que se recomienda realizar estudios adicionales, que es la conclusión a la que debe llegar un estudio neutral».

Posteriormente, surgieron voces que afirmaban que los CDC habían ocultado los resultados del estudio, una afirmación recuperada recientemente por el actual Secretario de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos. No obstante, el Comité Senatorial de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones llevó a cabo una investigación en el año 2007 sobre estas acusaciones, concluyendo que la alegación no estaba fundamentada: «En lugar de ocultar los datos o restringir el acceso a ellos, los CDC los distribuyeron, a menudo a personas que nunca los habían visto, y solicitaron opiniones externas sobre su interpretación. La transcripción de estas discusiones se puso a disposición del público. Los datos también se analizaron en el Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización, un foro público celebrado los días 21 y 22 de junio de 2000. Los participantes de Simpsonwood coincidieron en general en que el conjunto de datos de VSD era deficiente, era difícil evaluar la causalidad y se justificaban más estudios e investigaciones».

Así, tras una investigación de 18 meses dirigida por el senador Mike Enzi, el Comité de Salud del Senado de EE. UU. concluyó que no existían pruebas que respaldaran las acusaciones de mala conducta por parte de agencias gubernamentales o entidades privadas en torno a la investigación sobre el timerosal y su supuesta relación con el autismo, descartando que los CDC u otros organismos hubieran encubierto pruebas o manipulado estudios científicos.

Aunque el estudio de Verstraeten no encontró evidencia concluyente que vinculara el timerosal con problemas en el desarrollo infantil, en 1999 tanto el Servicio de Salud Pública de EE. UU. (USPHS) como la Academia Americana de Pediatría (AAP) recomendaron de forma preventiva reducir su uso en las vacunas pediátricas. A lo largo de los años siguientes, múltiples investigaciones independientes confirmaron que no existía relación entre el timerosal y los trastornos del desarrollo. En consecuencia, la recomendación inicial fue retirada en 2002.

Organismos como la OMS han revisado durante décadas la evidencia sobre el tiomersal —un conservante que algunos relacionan erróneamente con efectos neurotóxicos— y concluyen que no representa riesgo para la salud.

No se ha encontrado relación entre las vacunas y el autismo

A lo largo de más de dos décadas, múltiples estudios científicos de gran calidad y amplia escala han demostrado de manera contundente que no existe ninguna relación causal entre las vacunas —incluidas las que contienen timerosal— y el autismo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha evaluado de forma continua el uso del tiomersal, un compuesto de etilmercurio empleado como conservante en algunas vacunas en dosis muy bajas. A diferencia del metilmercurio, conocido por su toxicidad acumulativa, el etilmercurio se metaboliza y elimina rápidamente del organismo, sin acumularse, como concluyó un estudio de 2011. Con todo, tras más de 20 años de vigilancia científica, la OMS concluyó que no existen pruebas de que el tiomersal presente en las vacunas represente un riesgo para la salud, y considera seguro su uso en la inmunización, especialmente en contextos donde los viales multidosis son necesarios para mantener el acceso a la vacunación.

En cuanto a la evidencia científica disponible, en el año 2002 un estudio publicado en The New England Journal of Medicine analizó a 537.303 niños nacidos en Dinamarca y concluyó que la incidencia de autismo era similar entre vacunados y no vacunados con la MMR.

Un estudio japonés de 2005 y otra investigación de 2007, ambas independientes, tampoco detectaron diferencias en la incidencia de autismo entre niños vacunados y no vacunados. Otro estudio publicado en JAMA, evaluó a 95.727 niños estadounidenses, incluyendo a aquellos con hermanos diagnosticados con autismo (grupo de alto riesgo genético), y no encontró ninguna asociación entre la vacuna MMR y el autismo.

Un metaanálisis de Taylor et al. (2014), que revisó datos de 1,26 millones de niños, concluyó con firmeza que la vacunación no está asociada con un aumento en el riesgo de autismo.

Más recientemente, Hviid et al. (2019) publicaron en Annals of Internal Medicine un estudio poblacional en Dinamarca con 657.461 niños seguidos durante más de una década. Los investigadores no encontraron diferencias en la incidencia de autismo entre vacunados y no vacunados con la vacuna triple vírica, reforzando aún más la solidez de la evidencia acumulada.

De forma similar, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) han llevado a cabo investigaciones adicionales, como un estudio de 2013 sobre la carga antigénica de las vacunas, concluyendo que la cantidad de antígenos recibidos en la infancia no guarda relación con el diagnóstico de autismo.

Además, una revisión sistemática de Cochrane publicada en 2020, que evaluó 138 estudios con datos de más de 23 millones de niños, reafirmó que las vacunas son seguras y no provocan autismo.

La investigación genética también ha demostrado que el autismo tiene un fuerte componente hereditario. Un estudio publicado en 2020 identificó 102 genes de riesgo asociados al autismo. Otros estudios, como el publicado en Nature en 2024, encontraron que alteraciones en la proteína CPEB4 durante el desarrollo prenatal afectan la síntesis de proteínas clave relacionadas con el autismo idiopático, señalando un origen neurológico temprano del trastorno.

Conclusión

Las afirmaciones de Robert F. Kennedy Jr. sobre la vacuna contra la hepatitis B carecen de base científica. No existe evidencia que vincule esta vacuna con el autismo.

En verificaciones anteriores, ya hemos abordado afirmaciones similares que intentaban vincular la vacuna triple vírica (MMR, por sus siglas en inglés) con el autismo, una teoría ampliamente desacreditada desde hace años.

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