Una presentación reciente ante el comité asesor de vacunación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos ha reavivado el debate sobre el timerosal, un conservante utilizado en algunas vacunas. La intervención fue realizada por Lyn Redwood, exlíder de Children’s Health Defense, una organización con un historial crítico respecto a las vacunas. Su presentación incluía la afirmación de que el timerosal podría tener consecuencias neurológicas a largo plazo, una idea ampliamente desacreditada por la comunidad científica.
El contenido de la exposición fue cuestionado por científicos y médicos por basarse en una supuesta investigación publicada en 2008 que, según el propio autor citado, nunca existió, titulada «Low-level neonatal thimerosal exposure: Long-term consequences in the brain». El Dr. Robert Berman, profesor emérito de la Universidad de California en Davis, aclaró que nunca publicó un estudio con ese título en la revista referida y que los hallazgos de su investigación real no apoyan la idea de que el timerosal cause efectos neurotóxicos. “No tengo ninguna publicación en Neurotoxicology con ese título”, declaró Berman a CNN. Además, señaló que “mi estudio se publicó en Toxicological Sciences y no encontró evidencia de exposición al timerosal a niveles de vacuna en comportamientos de ratones que considerábamos relevantes para el autismo”. Curiosamente, la presentación de Redwood fue retirada del sitio web de los CDC y reemplazada por una versión que no incluye la cita de Berman.
Pese a que el timerosal fue retirado en 2001 de todas las vacunas infantiles recomendadas en EE. UU., aún circulan afirmaciones de que su presencia en vacunas representa un riesgo grave para la salud, especialmente en relación con el autismo. Estas afirmaciones han sido repetidamente refutadas por organismos como la Organización Mundial de la Salud, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y el propio CDC. De hecho, como recuerda la Academia Americana de Pediatría, “varios estudios científicos rigurosos han demostrado que no existe vínculo entre el timerosal y trastornos del desarrollo neurológico, incluido el autismo”.
Según la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA) (archivado aquí), todas las vacunas recomendadas de forma rutinaria para niños menores de seis años están disponibles en versiones sin timerosal. Esta opción también se extiende a adolescentes y adultos. Además, la FDA destaca que existe “un sólido cuerpo de estudios científicos revisados por pares, tanto en EE. UU. como en otros países, que respalda la seguridad de las vacunas que contienen timerosal”. El organismo recuerda que los conservantes como el timerosal cumplen una función esencial al prevenir el crecimiento microbiano en viales multidosis, aunque su uso ha disminuido significativamente gracias al desarrollo de formulaciones en envases monodosis.
El timerosal es un compuesto que contiene etilmercurio, un tipo de mercurio que el cuerpo elimina rápidamente, a diferencia del metilmercurio que se encuentra en algunos alimentos marinos. La cantidad presente en las pocas vacunas que todavía lo contienen —principalmente algunas versiones multidosis de la vacuna contra la gripe— es mínima y considerada segura por los estándares internacionales.
El propio CDC confirmó en un informe actualizado que, en la temporada de gripe 2024-2025, más del 96% de las vacunas contra la gripe en EE. UU. eran libres de timerosal. Además, un estudio danés que analizó a más de 460.000 niños no encontró relación alguna entre vacunas con timerosal y tasas más altas de autismo. De hecho, desde la eliminación del compuesto en las vacunas infantiles, la prevalencia del autismo ha seguido aumentando, lo que debilita aún más la hipótesis de una relación causal.
No en vano, a lo largo de más de dos décadas, múltiples estudios e instituciones de salud han abordado la seguridad del timerosal con resultados consistentes. En 2010, un estudio de los CDC concluyó que no existe asociación entre la exposición prenatal o infantil a vacunas con timerosal y un mayor riesgo de trastornos del espectro autista. Esta conclusión se suma a la de otra investigación de 2007 que no encontró relación entre la exposición temprana al timerosal y problemas neuropsicológicos en niños de 7 a 10 años. Una investigación italiana publicada en 2009 también fue tranquilizadora: no halló efectos negativos en el desempeño neuropsicológico de niños vacunados con productos que contenían este conservante. Ya en 2004, el Instituto de Medicina (IOM) revisó más de 200 estudios y concluyó que “la evidencia demuestra de forma consistente que no hay asociación entre vacunas con timerosal y autismo”. De hecho, estudios previos en Dinamarca y Suecia, donde el timerosal fue retirado en 1992, mostraron que las tasas de autismo continuaron aumentando después de su eliminación, debilitando aún más la hipótesis de un vínculo causal.
La reciente votación del nuevo panel asesor del CDC, conformado tras la remoción de sus anteriores miembros por parte del secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr., ha sido criticada por expertos como el Dr. Jason Goldman, presidente del American College of Physicians, quien afirmó durante la reunión que “muchas de las declaraciones hechas hoy carecen de respaldo científico y son meramente opiniones”.
El caso del timerosal ilustra cómo decisiones tomadas por precaución —como su retirada en 2001— pueden ser malinterpretadas como pruebas de que el compuesto era peligroso, reforzando teorías que no resisten el escrutinio científico. También revela el riesgo de dar plataforma a voces que, sin evidencia robusta, promueven dudas sobre la seguridad de las vacunas, en un contexto donde la desinformación puede tener consecuencias reales para la salud pública.